
Padeció un récord histórico de heridas mortales, la mayor de todas ellas, haber interpretado a Gilda. Su historia es la de una mujer triste, tanto, que es inimaginable pensar que tras ese rostro inmaculado, esa sonrisa perfecta y ese cuerpo envidiable habitaba una mujer desgraciada.
Tal vez todo vendría impuesto por la cantidad de veces que su padre abusó de ella siendo niña, o porque fue enlazando un matrimoniocon otro, hasta cinco, de los que salió profundamente deprimida. Pero la imagen de Gilda es una ilusión, una mentira que la propia Hayworth definió con una frase imperecedera: “Los hombres se van a la cama con Gilda y se despiertan conmigo”.
Margarita Cansino (Nueva York, 1918) era hija de español y de italo-irlandesa. Bailarina obligada, formó pareja con su padre desde los 12 años ataviada de mujer, lo que otorgaba al espectáculo una ambigüedad clave para su éxito de vodevil en vodevil pero muy dañina para ella. Abandonó a su padre a los 16 años y probó suerte en el cine. Y vaya suerte...
En 1938 había intervenido ya en papeles menores de 29 películas cuando intervino en Sólo los ángeles tienen alas de Howard Hawks y de la mano de Cary Grant. Bella y jovial, Rita eclipsó a los productores. Tenía 21 años.
A partir de entonces sería una estrella y la sex-symbol oficial de los años cuarenta, además se casó con Edward C. Judson que le consiguió un contrato millonario con Columbia. Trabajaría con Tyrone Power, Victor Mature y James Cagney, aunque la aplaudieron más por sus papeles en Desde aquel beso y Bailando nace el amor, con Fred Astaire, y Las modelos, con Gene Kelly.
Rita Hayworth era una estrella. Pero ni ella misma podía imaginarse que se convertiría en un mito y, menos aún, que con él se hundiría su carrera irremediablemente. En 1946, cuando Margarita era un sueño del pasado y Rita un dulce caramelo del presente, llegó Gilda de Charles Vidor y con ella un torrente de fama, dinero y deseo que acabó con la joven actriz. Sensual y provocadora, misteriosa, elegante y con un turbio pasado que hacía que Johnny Farrell (Glenn Ford) la odiase perversamente, todo lo tenía aquel personaje para convertirse en un volcán incombustible de pasión.
Rita Hayworth era una estrella. Pero ni ella misma podía imaginarse que se convertiría en un mito y, menos aún, que con él se hundiría su carrera irremediablemente. En 1946, cuando Margarita era un sueño del pasado y Rita un dulce caramelo del presente, llegó Gilda de Charles Vidor y con ella un torrente de fama, dinero y deseo que acabó con la joven actriz. Sensual y provocadora, misteriosa, elegante y con un turbio pasado que hacía que Johnny Farrell (Glenn Ford) la odiase perversamente, todo lo tenía aquel personaje para convertirse en un volcán incombustible de pasión.
Sin embargo, el volcán Gilda la quemaría para siempre. Con su nuevo marido Orson Wells, enfant terrible de Hollywood, protagonizó en 1947 La dama de Shangai, clásico incuestionable del cine negro que, en su día, se estrelló. Y es que teñida de rubio, con el pelo corto y convertida en arpía no logró encandilar a nadie. Su público se sintió traicionado y nunca perdonó a Gilda que quisiera dejar de serlo.
Con la llegada de los años cincuenta y Marilyn Monroe el erotismo elegante pasaba de moda y triunfaba la exuberancia. Sin embargo, los productores trataron de alargar al máximo la sombra de Gilda emparejándola de nuevo con Glen Ford en Los amores de Carmen y en Trinidad. En esta última incluso se repetía la famosa bofetada. Todo fue inútil. Su estrella se apagaba y ella rechazaba todos los papeles sensuales y frívolos. Quería dejar atrás a Gilda y empezar de nuevo. Por eso en 1953, con 35 años, rehusó hacer de la adúltera en De aquí a la eternidad, que logró resucitar la carrera de Deborah Kerr y que bien podría haber cambiado la suya. Cinco años más tarde nos regalaría la que es, seguramente, la mejor interpretación de su carrera: Mesas separadas. Un papel lleno de soledad y de heridas... Perfecto para ella.
Aún haría grandes interpretaciones, por supuesto, como la de Pal Joey o Fuego escondido, pero su década gloriosa había terminado. Y su azarosa vida sentimental no acompañaba. Después de Wells, se casaría con Príncipe pakistaní Alí Khan –con cada uno tuvo una hija–, tras el que llegaría Dick Haymes y luego James Hill. Cinco matrimonios llenos de envidias y odios. Cinco divorcios.Tal vez lo único bueno del cruel Alzheimer, que empezó a sufrir a los 50 años, es que se le olvidó todo el dolor de una vida que anhelaba una felicidad que siempre se le escapaba. El mundo, sin embargo, no olvidará su hipnótica belleza, pese a ser una belleza solitaria. La misma Gilda definiría la vida real de Rita con una frase eterna: “Si yo fuera un rancho me llamaría Tierra de nadie”.
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